Cuando ves a alguien rascarse, es muy posible que empieces a sentir picor, algo que entra dentro de lo que se ha llamado
contagio social; se habla de imitación, de empatía, de las neuronas espejo…sin embargo, un
estudio reciente publicado en la revista Journal of Science, arroja luz sobre este fenómeno al demostrar que nuestro cerebro está diseñado para responder ante la imagen de una persona que se rasca.
En términos sencillos, el contagio social es la extensión de actitudes o conductas entre personas. Otro ejemplo de conducta que se contagia socialmente es el bostezo.
Según el autor del estudio citado, incluso mencionar el picor puede hacer que alguien se rasque: “Mucha gente piensa que está todo en la mente, pero este trabajo demuestra que es una conducta programada en nuestro cerebro y no una forma de empatía.”
Para llegar a estos resultados, el equipo de investigación analizó la actividad cerebral de roedores mientras se les contagiaba socialmente con la conducta de rascarse:
Se colocó a los roedores en un recinto con una pantalla de ordenador, en la cual se proyectaba un vídeo de un ratón rascándose; después de unos segundos, todos los roedores empezaron rascarse. Esto sorprendió a los autores del trabajo, ya que es conocida la pobre visión de la que disponen los ratones, que suelen usar el olor y el contacto físico para explorar, por lo que no se pensaba que pudieran responder ante imágenes de vídeo…pero no sólo vieron el vídeo, también interpretaron como los ratones de las imágenes se rascaban y sufrieron el contagio social.
Pero, ¿cuáles eran las señales cerebrales que llevaban a los ratones a rascarse?
El equipo detectó una actividad cerebral adecuada en el Núcleo Supraquiasmático (SCN), un área implicada en la regulación de los ciclos de sueño-vigilia. El SCN segregaba un péptido ante la visión de los ratones rascándose, que era la sustancia responsable de que se produjera una respuesta similar; de hecho, cuando los investigadores bloquearon este péptido, la conducta de rascarse no se contagió.
Esto demuestra, según los autores del trabajo, que esta conducta no es consciente sino automática y por tanto, no puede controlarse.
Es posible que para los ratones la conducta sea incontrolable, pero no creo que esto sea así para los seres humanos.
¿Quieres saber un truco para no rascarte? Prueba con este fantástico ejercicio de Mindfulness:
Empieza por tomar varias respiraciones profundas y a continuación céntrate en tu respiración.
Nota como el aire entra y sale de tu cuerpo y, si te es más fácil, centra tu atención en una zona determinada.
Ante cualquier sensación de picor, urgencia por rascarte o bien por hacer algún movimiento, no te muevas: sólo nótala, vuelve a centrarte en tu respiración y permanece inmóvil.
Ante cualquier pensamiento que te distraiga de tu respiración, nótalo y vuelve a centrarse en ella.
Permanece así todo el tiempo que puedas.
En resumen, si no quieres rascarte o realizar otra conducta que consideres automática (o más fuerte que tú), vuelve al presente.