Las nuevas tecnologías de comunicación (móviles, tablets y ordenadores con internet) están acabando con la incómoda sensación que suele producir una situación a la que nos enfrentamos con frecuencia desde que nacemos: la Espera.
Cuando somos niñ@s no queremos esperar, creemos que podemos tenerlo todo ya y protestamos cuando no es así. Luego, la vida nos va enseñando lo que es la espera y lo inútil o perjudicial de la desesperación.
La tecnología en general hace que nuestra vida sea más cómoda y que los tiempos de espera para todo (viajar, cocinar, comunicarnos, etc.) se reduzcan.
Ya no tenemos que esperar a que una persona esté en su casa cerca del teléfono fijo para poder hablar con ella, las lentejas ya no tardan dos horas a fuego lento en cocinarse (ni a fuego rápido, porque ya no hay ni fuego), no esperamos por una carta durante días pues el correo electrónico es prácticamente inmediato y el whatsapp ni digamos.
Las tareas de investigación se han acelerado con Internet, pues con un buen buscador encontramos miles de referencias sobre el tema deseado.
Todo esto es muy positivo, pero la cara semioculta es que, sobre todo en las generaciones que sólo conocen la “era postmóvil”, la paciencia languidece y agoniza, pues ¡se quiere todo y ya!
Los adultos han aprendido, a través de su educación o de las necesidades que la vida les ha “regalado”, que para obtener las cosas antes hay que ganárselas mediante el esfuerzo. Dentro de ese esfuerzo muchas veces se encuentra la paciencia, esa virtud que comprende el aceptar la espera como parte del camino.
Sin embargo muchos jóvenes que no conviven con determinadas necesidades pues disponen gratuitamente de muchas cosas y medios, no han aprendido esa lección, y tratan de obtener todas las cosas como hacen con cualquier recompensa a corto plazo.
La espera y la frustración producida al ver que esto no es posible muchas veces les conduce por caminos que conducen a auténticos infiernos de difícil salida: adicciones para huir de la confusión, del vacío y de la desesperación.
Ciertamente Internet contribuye a todo esto y, no con su granito de arena, sino al menos con media playa.
Pero los efectos tienen lugar sobre todos los usuarios en general. De hecho, una investigación de Onepoll con una muestra de 2000 adultos citada en la revista británica Stylist, refleja que uno de cada dos británicos se ha vuelto más impaciente en los últimos cinco años, con una tercera parte que admite no tener paciencia en absoluto:
Se espera hasta 10 segundos para que cargue una página web, 16 segundos por que cargue un vídeo y hasta 5 minutos para ser servidos en un bar antes de irse.
En el coche durante un atasco, se pierden los nervios a partir de los 13 minutos.
Créeme, conviene leer el artículo, pues aparecen los diferentes tiempos medios que la muestra del estudio “aguantaba” antes de perder la paciencia.
Eso siempre y cuando, claro está, nuestro interés nos permita leerlo hasta el final sin impacientarnos.