Nueva Inglaterra, verano de 1848. Phineas P.
Gage, de veinticinco años de edad, capataz de construcción a cargo de una
cuadrilla del ferrocarril Rutland & Burlington, trabaja en la ampliación de
la línea férrea a través de Vermont.
La tarea es dura, pues el terreno es
accidentado y repleto de roca dura y estratificada, por lo que para abrirse
paso lo más rápidamente posible, la estrategia es utilizar cargas explosivas
para volar la roca. Se perfora un agujero en la roca, se rellena hasta la mitad
con pólvora, se introduce una mecha, y se termina de cubrir con arena para que
la explosión no tenga lugar hacia el exterior de la roca; esta arena se apisona
posteriormente con una cuidadosa serie de golpes con una vara de hierro.
Gage supervisa todas las tareas y está
perfectamente capacitado para encargarse de ellas. Mide un metro y sesenta y
cinco centímetros de alto, es atlético y sus movimientos son veloces y
precisos. Sus jefes dicen que es el hombre más eficiente y capaz a su servicio.
Son las cuatro y media y hacer calor. Gage
ha colocado la pólvora y la mecha en una agujero de una roca y le ha dicho a un
trabajador de su plantilla que lo cubra con arena. Alguien le llama desde atrás
y Gage aparta la vista del barreno sólo un instante; distraído, empieza a
golpear la pólvora con la vara antes de que su ayudante introduzca la arena.
Casi inmediatamente, provoca chispas en la roca y la pólvora le estalla en la
cara.
El hecho es totalmente inesperado y toda la
plantilla queda inmóvil hasta que comprenden lo que ha ocurrido. El ruido de la
explosión es diferente al habitual. La roca está intacta y la vara de hierro ha
penetrado por la mejilla izquierda de Gage, ha perforado su cráneo, lo ha
atravesado y ha salido a gran velocidad por la parte superior de su cabeza. La
barra ha caído a más de treinta metros de distancia cubierta de sangre y sesos.
Phineas Gage está en el suelo aturdido, silencioso pero despierto.
Los trabajadores lo llevaron al médico en
una carreta de bueyes, de la que salió por si mismo, con algo de ayuda de sus
hombres. El propio Gage le explicó al médico como había sido el accidente en el
que una vara de un metro y cinco centímetros de longitud, dos centímetros y
medio de diámetro y cinco kilos y medio de peso atravesó su cabeza. En menos de
dos meses, Gage superó la herida causada y su posterior infección sin la ayuda de antibióticos. Sin
embargo, su personalidad no quedó intacta.
John Harlow, el médico que trató a Gage,
cuenta que éste había perdido la visión en su ojo izquierdo, pero que veía
perfectamente con el derecho. Podía ver, oír, sentir, caminar y hablar con
normalidad, pero había perdido sus hábitos moderados y voluntariosos y se había
vuelto irregular, irreverente, blasfemo, caprichoso y vacilante. Sus patrones
lo despidieron poco después de que volviera a trabajar, aduciendo que Gage ya
no era Gage.
Posteriormente Gage empezó a variar
continuamente de trabajo, pues le despedían por falta de disciplina. Con la
compañía inseparable de la barra de hierro, empezó a trabajar como atracción de
circo. Se fue a vivir a Sudamérica y regresó en 1860. Murió en 1861 tras un
ataque de convulsiones epilépticas.
El efecto neuropsicológico del accidente en
Phineas Gage se denomina disociación,
ya que las capacidades de atención, percepción, memoria, lenguaje e
inteligencia quedaron intactas, mientras que su carácter quedó totalmente
deteriorado.
Pero, ¿De que manera puede cambiar la
personalidad la destrucción de una zona cerebral?
Nadie realizó la autopsia a Phineas Gage.
John Harlow, el médico que lo había tratado tras el accidente no se enteró de
su muerte hasta cinco años más tarde. Fue entonces cuando, tras comprender que
había perdido la oportunidad de estudiar anatómicamente el cerebro de Gage,
decidió pedir a su hermana que se exhumara el cadáver para recuperar el cráneo.
Se abrió el ataúd, se extrajo el cráneo y la
vara de hierro, que había sido enterrada junto a Phineas. Desde entonces,
cráneo y hierro han permanecido juntos en el museo médico Warren de la facultad
de medicina de Harvard en Boston.
Antonio Damasio, prestigioso neuropsicólogo
portugués, nos cuenta en su libro “El error de Descartes” como ciento veinte
años más tarde su esposa, Hanna Damasio, utilizó una técnica denominada
Brainvox para la manipulación mediante ordenador de datos brutos obtenidos a
partir de rastreos de resonancia magnética de alta resolución del cerebro de
Gage, obteniendo una imagen del cerebro muy similar a la que podría verse en la
mesa de autopsias.
Con esta técnica pudo conocerse de forma más
precisa las zonas del cerebro que quedaron dañadas con el accidente, y gracias
a esto Hanna Damasio y sus colegas pudieron decir con cierto fundamento que fue
la lesión selectiva en las cortezas
prefrontales del cerebro de Phineas Gage lo que comprometió su capacidad de
planificar para el futuro, de conducirse según las reglas sociales de la época
que previamente había aprendido, y decidir sobre el plan de acción que
posteriormente le sería más ventajoso.