George Kelly, psicólogo
creador de la famosa teoría de los constructos, propuso lo que él denominó “la
metáfora prodigiosa”. Según dicha metáfora, las personas actuamos como
científicos informales, movidos por nuestro afán de predicción y
control de la realidad, e, igual que ellos, procedemos
reconstruyendo la realidad mediante procesos deductivos e inductivos.
Es decir, que continuamente estamos tratando de predecir y anticipar lo que va a ocurrir
en un futuro, con un objetivo: controlar nuestro entorno.
Pero, ¿cómo predecimos? Fundamentalmente mediante la
detección de patrones. De forma
automática buscamos patrones de repetición en todo lo que ocurre, y esto ha
sido así desde el principio de los tiempos: tras la oscura noche llega el
luminoso día, tras el frío invierno llega la templada primavera seguida del
cálido verano…, y así con todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Automáticamente nuestro cerebro toma nota de esto y lo almacena. De este modo,
si los patrones se repiten, determinadas predicciones se cumplen, lo que
indefectiblemente, nos proporciona seguridad.
Posteriormente, a partir de estos patrones, elaboramos guiones o esquemas mentales, que nos permiten actuar de forma mecánica y
automática en las situaciones conocidas o esperadas. De este modo, tenemos un
guión para actuar mecánicamente mientras conducimos, en el supermercado, cuando
vamos al cine, etc. Estos guiones nos permiten ahorrar mucha energía física (y
por tanto también mental) y gestionar nuestras reservas de forma eficiente.
Entonces, ¿qué ocurre en una situación de esas
en que podríamos decir que “nos han roto los esquemas”?
Pues, lo primero, es que perdemos esa falsa
sensación de seguridad que manteníamos hasta entonces. Y digo falsa porque lo
es; de alguna manera asumimos que esos esquemas o guiones son eternos…¿pero
quién nos ha contado eso? Si la vida es puro cambio…¿o no?
Una vez que nos encontramos sumergidos en el mar
de la confusión en que nos deja una rotura de nuestro guión, buscamos
desesperadamente una forma de salir de allí, una explicación causal, otro
posible guión…
Si el acontecimiento es sólo ligeramente
distorsionador, nos será fácil volver a crear un nuevo esquema, quizás
modificando levemente el anterior, pero ¿y si el suceso es grave?
Este sería por ejemplo el caso de una rotura de
la relación de pareja inesperada, ser víctima de un delito, una catástrofe
natural…
Es entonces cuando pueden aparecer problemas,
que pueden ir desde los denominados síndromes
de adaptación hasta los llamados trastornos
de estrés postraumáticos.
¿Cuál es la manera de resolver esto?
Evidentemente, quizás la primera y más fiable
alternativa sea la de acudir a un profesional para que nos guíe en el camino de
salida de esta perturbación.
Si esto no es posible, como método terapéutico
recomiendo algo, que en principio puede parecer sencillo, pero que a veces cuesta
mucho esfuerzo: escribir.
Se trata de escribir todo lo que nos venga a la
cabeza sobre el acontecimiento, tanto los detalles, como los pensamientos y
emociones asociados con el mismo. Si el suceso ha sido fuerte, escribir sobre
él es muy duro, pero es una de las formas más eficaces de “digerir” o procesar
cognitiva y emocionalmente lo que ha pasado.
Debemos escribir diariamente, hasta que
percibamos que ya no nos queda nada más que escribir, que ya se ha digerido
todo, que ya está bien…
Este método podría englobarse en diferentes
enfoques: Terapia de Aceptación y Compromiso, Terapia Estratégica, Terapia
Narrativa, …
Lo cierto, es que es especialmente útil en
aquellas perturbaciones producidas por sucesos traumáticos que la persona no
acaba de encajar (violaciones, guerras, catástrofes naturales, muertes
inesperadas, separaciones, etc.)