Hace unos días leí en un artículo de un periódico local como un empleado de una entidad dedicada entre otras cosas a la certificación de calidad se preguntaba si era posible certificar la felicidad. Para ello el autor proponía medir el grado diario de felicidad registrando las veces que uno se ríe, el grado de satisfacción en diferentes situaciones como cuando estamos con los amigos, etc.
Si
pudiera comentar este artículo diría que la felicidad no es algo objetivamente
medible ni certificable de la forma que se plantea, ya que no se han tenido en
cuenta dos fenómenos que influirían de forma importante en estas tareas: el
efecto observador y la profecía autocumplida.
El
efecto observador sigue el mismo mecanismo que el Principio de Incertidumbre de
Heisenberg, según el cual no podemos observar una partícula subatómica sin
influir sobre ella.
Las
implicaciones de este principio son tales que hay astrofísicos que declaran que
el Universo existe porque nosotros lo observamos y somos conscientes de su
existencia.
Esto
recuerda quizás a la leyenda de las cataratas Victoria según la cual las
cataratas sólo producían su característico ensordecedor ruido cuando se
acercaba alguien para advertirle del peligro.
En
psicología de las organizaciones ya se tuvo conocimiento del efecto observador
en el estudio de Hawthorne Works del que proviene el llamado Efecto Hawthorne
según el cual los individuos que están siendo observados durante un experimento
no se comportan en su forma habitual y por tanto su conducta no llega a ser del
todo representativa.
El término fue
acuñado en 1955 por Henry A. Landsberger cuando analizaba antiguos experimentos
realizados entre los años 1924 y 1932 en Hawthorne Works (una fábrica de
la Western Electric a las afueras de Chicago). En Hawthorne Works encargaron un
estudio para comprobar la posibilidad de aumentar la productividad de sus
trabajadores aumentando o disminuyendo las condiciones reiluminación ambiental.
La productividad de los trabajadores pareció aumentar en el momento en el que
se instauraron los cambios, y no sólo se produjo en los casos en los que los
niveles de iluminación eran aumentados, sino también en aquellos casos en los
que la iluminación se reducía. Al momento de terminar el estudio, los niveles
volvieron a los niveles normales. La explicación sugerida fue que la mejora en
la productividad no se debió a los cambios operados sobre los niveles de
iluminación, sino al efecto motivador que supuso entre los obreros el saber que
estaban siendo objeto de estudio.
Algo
así ocurre cuando registramos nuestra propia conducta, por ejemplo cuando
apuntamos los cigarrillos que fumamos al día, cuando registramos las veces que
realizamos una conducta obsesiva o las veces que nos sentimos tristes.
De
hecho el autorregistro es una de las técnicas utilizadas en las primeras
visitas de diferentes terapias
para obtener la frecuencia e intensidad de las conductas no deseadas
(por ejemplo fumar), sus antecedentes y consecuentes, pero también produce
frecuentemente una disminución en la conducta a eliminar, es decir, por ejemplo
en el caso de fumar, la persona vería como al registrar el número de
cigarrillos que fuma cada día, acaba fumando menos.
Es
por esta razón que probablemente si nos dedicamos a apuntar el número de veces
que nos reímos al día o bien el número de veces que nos sentimos bien, acabemos
siendo más felices de lo habitual, al menos mientras nos dediquemos a
registrarlo.
Es
sorprendente que por el mero hecho de ser consciente de una conducta ésta
cambie, pero recordando un poco nos daremos cuenta de que es el mismo principio
del que Timothy Gallwey nos hablaba en “El Juego Interior del Tenis”. Como ya
hemos dicho Timothy pedía a sus alumnos que se limitaran a observar la bola sin
juzgar nada y verían como poco a poco los golpes se iban corrigiendo de manera
automática.
Otro
de los fenómenos que distorsionaría la hipotética certificación de la felicidad
es la profecía autocumplida, pero creo que se merece un post para ella sola.