Contar pequeñas mentiras desensibiliza nuestros cerebros a las emociones negativas asociadas, lo cual podría animarnos a contar mentiras más grandes en un futuro, según revela una reciente investigación publicada en la revista Nature Neuroscience.
Este artículo constituye la primera evidencia empírica de que el hecho de contar mentiras de forma frecuente produce una escalada progresiva de mentiras y muestra la forma en que ocurre en nuestro cerebro.
El equipo de investigación escaneó los cerebros de los voluntarios participantes mientras realizaban tareas donde podían mentir para beneficio personal. Encontraron que la amígdala, una parte del cerebro asociada con la emoción, estaba más activa cuando los participantes mentían para el beneficio propio.
Sin embargo, la respuesta de la amígdala se reducía con cada mentira, mientras que la magnitud de las mentiras crecía escalarmente.
Según uno de los autores de la investigación, cuando mentimos buscando el beneficio propio, nuestra amígdala produce una emoción negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir; sin embargo, este mecanismo va perdiendo intensidad conforme más mentimos, y a medida que más decae, más grandes se vuelven nuestras mentiras.
El estudio se realizó sobre 80 participantes voluntarios que tomaron parte en una tarea de equipo en la que tenían que adivinar el número de monedas que habían en el interior de un recipiente y enviar su estimación mediante un ordenador al otro miembro del equipo que permanecía oculto.
Los experimentadores introdujeron varios escenarios: en alguno de ellos, la estimación más precisa beneficiaría tanto a quien tenía que adivinar, como a su compañero de equipo; en otros escenarios, la sobreestimación podía beneficiar al que adivinaba, a expensas de su compañero de equipo.
En este escenario, los participantes, para obtener más beneficios, empezaban a exagerar la estimación sólo ligeramente, lo cual producía una repuesta intensa de su amígdala, pero sus exageraciones iban siendo cada vez mayores a medida que el experimento iba transcurriendo y la respuesta de la amígdala iba decayendo.
Los autores describen este proceso argumentando que es como si a medida que los actos deshonestos se repiten, nuestro cerebro va reaccionando cada vez menos a ellos, al igual que nuestra respuesta emocional (nos habituamos a ser deshonestos).
Esto está en concordancia con las opiniones de que la amígdala promueve una aversión a los actos que consideramos inadecuados o inmorales.
En este estudio sólo se analizó la falsedad, pero esta escalada podría producirse en otros comportamientos, como en la conducta violenta, lo cual podrías constituir interesantes líneas futuras de investigación.
Mientras escribía este post, no he podido dejar de recordar esta película…
Claro, que si decimos toda la verdad…
Y más o menos escalarmente crece la mentira en “Increíble pero falso”