domingo, 28 de septiembre de 2014

En ocasiones algunas frases nos conmueven, mientras otras, en cambio, nos dejan impasibles, ¿no te has preguntado nunca por qué?


Muchas veces las frases que oímos nos “tocan la fibra sensible” y no sabemos por qué. El motivo suele quedar inconsciente, a no ser que tratemos de sacarlo a la luz.
Eso es lo que me ocurrió con una frase de Hunter S. Thompson que me enviaron hace unos días.
La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar seguro y hermoso en un cuerpo bien conservado, sino más bien derrapando en una nube de humo, totalmente agotado y desgastado, proclamando fuerte: ¡Wow, qué viaje!
Hunter S. Thompson

En un principio la frase me gustó tanto como para reenviarla, pero no me paré  a plantearme por qué hasta más tarde. Cuando lo hice saqué en claro que el motivo de que me llamara la atención es que, según mi interpretación, reflejaba una idea de “Carpe diem”, de vivir el presente, de “poner toda la carne en el asador”, de arriesgar por lo que valoramos, etc.
Claro, que esto como digo, es mi interpretación, y es algo que normalmente ocurre cuando alguien lee una frase que ha dicho otro, la interpreta según sus propios esquemas.
Mis esquemas hicieron que esa frase evocase esa conocida obra del poeta griego Kavafis, quien nos sugirió que podíamos pensar en nuestra vida como en un viaje, de tal modo que el viaje más enriquecedor es aquel en que nos recreamos con lo que vamos viendo, aquel en que importa más el ir en una dirección que el alcanzar la meta.
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
Pide que tu camino sea largo,
Rico en experiencias,
En conocimiento...
... que sean numerosas las mañanas de verano
en que con placer, felizmente,
arribes a bahías nunca vistas...
Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta...
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años,
Y en tu vejez arribes a la isla con cuanto hayas ganado en el camino,
Sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras aprendido...
K. Kavafis (1911)

Un viaje duro pero fascinante

La isla de Ítaca. Después de todo no estaría tan mal llegar joven, no?

Hay quienes pasan su vida como si tuviesen el objetivo final de llegar a algún sitio. No saben qué esperan, pero siempre esperan que ocurra algo; quizás esperan que llegue algo así como la parte del cuento infantil que dice “y fueron felices y comieron perdices”, pero eso nunca llega fuera de los cuentos. En realidad la vida es lo que ocurre antes de esa frase: las aventuras y tribulaciones que suceden a lo largo del tiempo, mientras unos esperan, y otros, quizás los menos,  se dedican simplemente a vivirlas, siendo más o menos conscientes de ello.
Ese fue el mensaje que capté con la frase de Hunter:
Vive ahora, apuéstalo todo por aquello que valoras, y no guardes nada para el final…Todos llegamos al final, antes o después, de una forma o de otra, pero lo verdaderamente importante no es eso, sino lo que ha pasado en el camino.

Claro, que habría que ver si Hunter S. Thompson, el autor de la frase, quería realmente decir eso, pues desde luego, él hizo LITERALMENTE lo que dijo. Parece ser que a los 67 años se quitó la vida de un disparo en la cabeza y sus restos mortales fueron lanzados por un cañón desde lo alto de una torre. Efectivamente debió llegar a su tumba algo desgastado y no muy hermoso…










sábado, 20 de septiembre de 2014

¿POR QUÉ NO COMEMOS CARNE DE CABALLO?


Hace unos meses mi hermano Kilian, que trabaja como jefe de sección de la carne en Alcampo, me dijo que comprara unos filetes de carne de potro que tenía en su lineal, que tenía buen sabor y era muy nutritiva.


Mi hermano Kilian




Un caballo despistado



Le contesté a mi hermano que no me apetecía, que me daba pena, que no quería promocionar que mataran a los pobres potros…a lo que él, con mucha lógica, me argumentó que si no me daban pena las terneras.
La verdad es que estuve pensando durante un tiempo que mi hermano tenía razón, pero aún así, había una parte mayoritaria de mi que no quería comer carne de caballo.
Pero, realmente…¿por qué no quería?



¿Era porque los caballos son más bonitos que las vacas? Y ¿qué pasa entonces con los corderitos y los lechoncitos? ¿y los cabritos?




La auténtica causa, en mi opinión, es nuestra organización del mundo, esa creación propia que llamamos realidad, junto con los guiones o esquemas que poseemos en nuestra mente y que nos sirven para saber cómo comportarnos ante situaciones conocidas sin tener que estar malgastando mucho esfuerzo mental en cada situación en la que nos encontramos.
Para explicarme pondré varios ejemplos en los que, de forma automática, nos dejamos guiar por esos repertorios.
Cuando vamos al teatro, por ejemplo, sabemos que habitualmente, tendremos que comprar la entrada, acceder al teatro, buscar nuestro asiento, sentarnos en la butaca y esperar a que empiece la función.
Cuando vamos a un restaurante, sabemos que debemos pedir mesa, sentarnos, mirar la carta, elegir la comida, esperar por ella, comer, y por último, pagar la cuenta. Si durante la comida vamos al servicio, sabemos que tenemos que ir al que nos toca en función de si somos hombre o mujer, y no se nos ocurriría ir al otro, a no ser que nos estuviéramos ante una urgencia. No se nos ocurre ir al servicio del otro sexo porque nuestro comportamiento suele ser automático, no consciente, y por tanto no estamos pensando en lo que hacemos, ni analizando nuestra conducta. Por el contrario, estas secuencias de actos automáticos nos permite utilizar nuestra energía mental en pensar en otras cosas, que pueden estar a años luz del momento y lugar en que se encuentra nuestro cuerpo.
Para poder actuar de esta forma, debemos tener la realidad circundante muy bien estructurada. Clasificamos los objetos que nos rodean continuamente, y de esta forma sabemos lo que son, o al menos nos hacemos idea. Por ejemplo, podemos desconocer para qué sirve un objeto de metal, pero al menos sabemos que es una cosa de metal, y que por tanto es dura, fría, indeformable, y no comestible.
Además de estas propiedades físicas, clasificamos los objetos en función del significado y valor que tienen para nosotros.
Es precisamente debido a esta clasificación, que “sabemos” que (en nuestra cultura) la ternera se come pero el caballo no. La vaca es un animal que da leche, el caballo se monta y el perro es un animal de compañía que ladra (y que tampoco debe comerse).
Estas clasificaciones son útiles no sólo para ahorrarnos el tener que pensar sobre lo que hacemos, sino también para nuestra supervivencia y bienestar (seguramente estaríamos bastante incómodos si nos hubiéramos comido por ejemplo el objeto de metal del que hablábamos antes).
En mi opinión, estas clasificaciones son el andamiaje del Sentido Común: ese sentido que nos dice continuamente cómo debemos comportarnos para asegurar nuestra supervivencia y bienestar así como el de nuestra sociedad.
Pero las clasificaciones que hacemos también tienen sus inconvenientes.
En ocasiones por ejemplo, introducimos en una categoría más atributos de los que debiera tener. Por ejemplo, si pensamos que alguien es muy bueno haciendo algo en concreto, muchas veces asumimos que debe ser bueno en otras cosas, o si pensamos que alguien es mediocre en un ámbito determinado, lo extendemos a otros aspectos de su vida.
Un experimento tradicional pero sencillo puede servir para ilustrar esto.
Si te describo a dos personas, Pedro y Luis, ¿cuál sale más favorecido?
Pedro: inteligente-diligente-impulsivo-crítico-testarudo-envidioso
Luis: envidioso-testarudo-crítico-impulsivo-diligente-inteligente


¿Ves cómo funciona habitualmente nuestra mente?

Pero quizás lo peor no sea esto, sino la relativa impermeabilidad entre categorías, es decir, lo que nos cuesta poner a un objeto en una clase diferente a la que lo teníamos.
Los ejemplos son innumerables. Podemos empezar por experimentar lo que nos cuesta comer carne de caballo…a pesar de estar convencidos de que es sólo porque lo he incluido en mi clasificación de animales nobles no comestibles!!!
Pero también podemos recordar lo que nos cuesta sacar a una persona del estereotipo en que la teníamos. Es como reirnos con Arnold Schwarzenegger haciendo comedia, o estar serios viendo a Jim Carrey en una película dramática…¿Nadie se acuerda cuando Matías Pratts pasó de presentar Estudio Estadio a dar las noticias del telediario?


Presentando el Telediario parecía que en cualquier momento iba a cantar un gol...




Personalmente, me resulta más gracioso Jim Carrey….











Usualmente la costumbre es la que nos obliga a hacer el esforzado cambio de clase, y esto es lo que ocurre con las modas. Si se pusiera de moda comer carne de potro, ya no lo veríamos tan raro y crearíamos una clase equina comestible.
Bueno, y si no me da la gana de comer caballo ¿qué pasa? ¿Tanta importancia tiene que sea difícil cambiar a un objeto de clase?
Pues créeme, tiene una gran importancia por algo cada vez más valorado en nuestra sociedad actual: La creatividad.
Si queremos ser creativos y originales tendremos que salirnos de lo habitual, de lo vulgar, de lo corriente…luego por un momento, si queremos ser creativos tendremos que saltarnos el sentido común=habitual=corriente=vulgar.
Es decir, tendremos que sacar a los objetos de sus clases habituales para poder ser creativos y originales, y lo que es más importante, para poder resolver eficientemente problemas aparentemente irresolubles…

Como el cinturón abrebotellas










o para ahorrar espacio la cuchara-tenedor



Si nos olvidamos de cómo hacer el nudo tenemos cerca las instrucciones



Y por último, la microducha


En terapia, cambiar  de clase se denomina reestructurar, de tal modo que, por ejemplo, estamos reestructurando cuando decimos que una determinada situación no es un problema, sino un reto.


¿Qué? ¿Te apetece un cachito?





sábado, 13 de septiembre de 2014

¿En qué parte del cerebro reside nuestro carácter?


Nueva Inglaterra, verano de 1848. Phineas P. Gage, de veinticinco años de edad, capataz de construcción a cargo de una cuadrilla del ferrocarril Rutland & Burlington, trabaja en la ampliación de la línea férrea a través de Vermont.
La tarea es dura, pues el terreno es accidentado y repleto de roca dura y estratificada, por lo que para abrirse paso lo más rápidamente posible, la estrategia es utilizar cargas explosivas para volar la roca. Se perfora un agujero en la roca, se rellena hasta la mitad con pólvora, se introduce una mecha, y se termina de cubrir con arena para que la explosión no tenga lugar hacia el exterior de la roca; esta arena se apisona posteriormente con una cuidadosa serie de golpes con una vara de hierro.
Gage supervisa todas las tareas y está perfectamente capacitado para encargarse de ellas. Mide un metro y sesenta y cinco centímetros de alto, es atlético y sus movimientos son veloces y precisos. Sus jefes dicen que es el hombre más eficiente y capaz a su servicio.
Son las cuatro y media y hacer calor. Gage ha colocado la pólvora y la mecha en una agujero de una roca y le ha dicho a un trabajador de su plantilla que lo cubra con arena. Alguien le llama desde atrás y Gage aparta la vista del barreno sólo un instante; distraído, empieza a golpear la pólvora con la vara antes de que su ayudante introduzca la arena. Casi inmediatamente, provoca chispas en la roca y la pólvora le estalla en la cara.
El hecho es totalmente inesperado y toda la plantilla queda inmóvil hasta que comprenden lo que ha ocurrido. El ruido de la explosión es diferente al habitual. La roca está intacta y la vara de hierro ha penetrado por la mejilla izquierda de Gage, ha perforado su cráneo, lo ha atravesado y ha salido a gran velocidad por la parte superior de su cabeza. La barra ha caído a más de treinta metros de distancia cubierta de sangre y sesos. Phineas Gage está en el suelo aturdido, silencioso pero despierto.
Los trabajadores lo llevaron al médico en una carreta de bueyes, de la que salió por si mismo, con algo de ayuda de sus hombres. El propio Gage le explicó al médico como había sido el accidente en el que una vara de un metro y cinco centímetros de longitud, dos centímetros y medio de diámetro y cinco kilos y medio de peso atravesó su cabeza. En menos de dos meses, Gage superó la herida causada y su posterior infección  sin la ayuda de antibióticos. Sin embargo, su personalidad no quedó intacta.
John Harlow, el médico que trató a Gage, cuenta que éste había perdido la visión en su ojo izquierdo, pero que veía perfectamente con el derecho. Podía ver, oír, sentir, caminar y hablar con normalidad, pero había perdido sus hábitos moderados y voluntariosos y se había vuelto irregular, irreverente, blasfemo, caprichoso y vacilante. Sus patrones lo despidieron poco después de que volviera a trabajar, aduciendo que Gage ya no era Gage.
Posteriormente Gage empezó a variar continuamente de trabajo, pues le despedían por falta de disciplina. Con la compañía inseparable de la barra de hierro, empezó a trabajar como atracción de circo. Se fue a vivir a Sudamérica y regresó en 1860. Murió en 1861 tras un ataque de convulsiones epilépticas.
El efecto neuropsicológico del accidente en Phineas Gage se denomina disociación, ya que las capacidades de atención, percepción, memoria, lenguaje e inteligencia quedaron intactas, mientras que su carácter quedó totalmente deteriorado.
Pero, ¿De que manera puede cambiar la personalidad la destrucción de una zona cerebral?
Nadie realizó la autopsia a Phineas Gage. John Harlow, el médico que lo había tratado tras el accidente no se enteró de su muerte hasta cinco años más tarde. Fue entonces cuando, tras comprender que había perdido la oportunidad de estudiar anatómicamente el cerebro de Gage, decidió pedir a su hermana que se exhumara el cadáver para recuperar el cráneo.
Se abrió el ataúd, se extrajo el cráneo y la vara de hierro, que había sido enterrada junto a Phineas. Desde entonces, cráneo y hierro han permanecido juntos en el museo médico Warren de la facultad de medicina de Harvard en Boston.








Antonio Damasio, prestigioso neuropsicólogo portugués, nos cuenta en su libro “El error de Descartes” como ciento veinte años más tarde su esposa, Hanna Damasio, utilizó una técnica denominada Brainvox para la manipulación mediante ordenador de datos brutos obtenidos a partir de rastreos de resonancia magnética de alta resolución del cerebro de Gage, obteniendo una imagen del cerebro muy similar a la que podría verse en la mesa de autopsias.
Con esta técnica pudo conocerse de forma más precisa las zonas del cerebro que quedaron dañadas con el accidente, y gracias a esto Hanna Damasio y sus colegas pudieron decir con cierto fundamento que fue la lesión selectiva en las cortezas prefrontales del cerebro de Phineas Gage lo que comprometió su capacidad de planificar para el futuro, de conducirse según las reglas sociales de la época que previamente había aprendido, y decidir sobre el plan de acción que posteriormente le sería más ventajoso.





























Hanna Damasio



Para terminar, mostrar una imagen de las pocas conocidas de Phineas Gage, que fue descubierta por una pareja de fotógrafos de Massachusetts que pensaba que el daguerrotipo que guardaron en casa durante 30 años era un antiguo ballenero con su arpón. En la imagen podemos observar a Gage, sin su ojo izquierdo, y con su inseparable vara de hierro.








martes, 9 de septiembre de 2014

DIA MUNDIAL DE LA PREVENCIÓN DEL SUICIDIO


Hoy día 10 de Septiembre es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. Tal día como hoy los medios de comunicación pueden ayudar a sensibilizar sobre la problemática del suicidio y sus formas de prevención.
 
 


 La OMS ha elaborado un informe en el que figuran estadísticas, factores de riesgo y posibles medidas a tomar para la prevención del suicidio.
Entre las estadísticas que refleja hay datos como el número de muertes por suicidio registradas a nivel mundial en el 2012 (804.000).
También destaca el hecho de que en los países ricos se suiciden tres veces más hombres que mujeres, siendo más baja esta diferencia en países de menor riqueza.
Las personas de 70 años o más ostentan las tasas más elevadas.
Por otra parte, entre los medios más comúnmente utilizados para llevarlo a cabo están la ingestión de plaguicidas, el ahorcamiento y el uso de armas de fuego. Es importante tener esto en cuenta pues una de las medidas de prevención es la restricción del acceso a esos medios (al menos en cuanto a plaguicidas y armas de fuego se refiere).

Entre los factores de riesgo asociados con el sistema de salud y con la sociedad en general figuran las dificultades para obtener acceso a la atención de salud y recibir la asistencia necesaria, la fácil disponibilidad de los medios utilizables para suicidarse, el sensacionalismo de los medios de difusión en lo concerniente a los suicidios, que aumenta el riesgo de imitación de actos suicidas, y la estigmatización de quienes buscan ayuda por comportamientos suicidas o por problemas de salud mental y de consumo de sustancias psicoactivas.

Entre los riesgos vinculados a la comunidad y las relaciones están las guerras y desastres, el estrés ocasionado por la aculturación (como entre pueblos indígenas o personas desplazadas), la discriminación, un sentido de aislamiento, el abuso, la violencia y las relaciones conflictivas.
Y entre los factores de riesgo a nivel individual cabe mencionar intentos de suicidio previos, trastornos mentales, consumo nocivo de alcohol, pérdidas financieras, dolores crónicos y antecedentes familiares de suicidio.


 
 
  

Se podría hablar mucho de cada factor de riesgo, pero me parece interesante detenerme por ejemplo en el de los intentos previos de suicidio. Es curioso, porque enlaza con uno de los mitos sobre el suicidio.
Existe la peligrosa creencia errónea de que alguien que haya intentado suicidarse varias veces sin éxito sólo trata de llamar la atención y por tanto no corre riesgo de morir en el intento.
Nada más lejos de la realidad. Las razones verdaderas que llevan a alguien a intentar acabar con su vida siempre son difíciles de establecer. Pero lo que está claro, y las estadísticas lo demuestran, es que haber intentado suicidarse previamente es un claro factor de riesgo.

Otro mito es aquel que sentencia que las personas que hablan de sus ideas de suicidio no lo llevarán a cabo. No es cierto. Es posible que estén reclamando ayuda, pero eso no significa que no la necesiten. Probablemente estén sufriendo ansiedad, depresión y/o desesperanza y puedan pensar que el suicidio es la única opción.
Es curioso un reportaje que aparecía ayer en un periódico local, sobre un señor hindú que pertenecía a una organización a nivel mundial que preconiza la psicología positiva en las charlas que imparten sus allegados en diferentes países. Había dado una charla en Canarias y en la entrevista decía con orgullo que en India no existe la depresión.
La gente de la India entonces debe suicidarse por otras causas, pues cuentan con una de las mayores tasas según el informe de la OMS.
Un mito más, relacionado con el anterior, es la creencia de que los suicidios ocurren de repente, sin signos de advertencia previos. Esos signos suelen existir, pero hay que interpretarlos.

Un mito diferente es el de que un suicida está predeterminado a morir. No es cierto, el suicidio puede prevenirse y evitarse. Muchas personas que han tenido ideas de suicidio  y otras que lo han intentado han tenido una vida larga y absolutamente normal tras este episodio.

El mito de que las personas que han intentado suicidarse sufren de un trastorno mental sólo es cierto si consideramos la desesperanza como un trastorno mental. Realmente el trastorno mental es uno de los factores de riesgo de suicidio, pero eso no justifica en absoluto este mito.

En cuanto al mito de que no debe hablarse de suicido, éste cae por su propio peso cuando consideramos lo estigmatizadas que pueden sentirse algunas personas en estos casos y lo bien que puede venirles hablar de él como base para considerar otras opciones.

  


Considero que la mejor medida que puede tomarse ante el riesgo de suicidio es la ayuda profesional. Los motivos reales del intento de suicido pueden ser varios, y en mi opinión podrían resumirse en dos motivos si excluimos los trastornos mentales severos y el consumo de sustancias tóxicas:
-Pérdida del sentido de la vida (desesperanza)
-Presión externa o interna (donde se englobarían desde crisis económicas, laborales, familiares hasta pensamientos obsesivos).
Utilizando una metáfora podríamos decir que en el momento de considerar el suicidio la persona está demasiado cerca del cuadro de su vida que observa.

Cuando estamos muy, muy cerca de una imagen, no vemos prácticamente nada, quizás un color. Es necesario separarnos gradualmente para percibir que existen otras cosas en nuestro entorno, que no todo es oscuro, que con una perspectiva más amplia hay otras cosas que toman importancia, e incluso puede ocurrir que en algunos cuadros hasta encajen las diferentes imágenes y cobre un sentido diferente.
Lo difícil es que la persona experimente que está muy cerca del cuadro y quiera y sepa separarse; por eso pienso que hace falta ayuda profesional.



  



Y a colación de esto último me gustaría finalizar mi post con un comentario sobre una ONG que tiene mucho que ver con la prevención del suicidio: El Teléfono de la Esperanza.
Es una organización internacional, aún desconocida para algunos, pero que realiza una labor altruista y encomiable de apoyo emocional a personas sin recursos; entre estas personas se encuentran en muchas ocasiones, personas que están considerando acabar con sus vidas. Precisamente debido a que la desesperanza es un factor de riesgo, El Teléfono tiene mucho que hacer por esas personas, y de hecho lo hace, con el fantástico equipo de personas formadas que, personalmente o por teléfono, apoya de forma desinteresada a quien demanda su ayuda.