sábado, 16 de noviembre de 2013

La Felicidad


Hace unos días leí en un artículo de un periódico local como un empleado de una entidad dedicada entre otras cosas a la certificación de calidad se preguntaba si era posible certificar la felicidad. Para ello el autor proponía medir el grado diario de felicidad registrando las veces que uno se ríe, el grado de satisfacción en diferentes situaciones como cuando estamos con los amigos, etc.










Si pudiera comentar este artículo diría que la felicidad no es algo objetivamente medible ni certificable de la forma que se plantea, ya que no se han tenido en cuenta dos fenómenos que influirían de forma importante en estas tareas: el efecto observador y la profecía autocumplida.
El efecto observador sigue el mismo mecanismo que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, según el cual no podemos observar una partícula subatómica sin influir sobre ella.



Las implicaciones de este principio son tales que hay astrofísicos que declaran que el Universo existe porque nosotros lo observamos y somos conscientes de su existencia.
Esto recuerda quizás a la leyenda de las cataratas Victoria según la cual las cataratas sólo producían su característico ensordecedor ruido cuando se acercaba alguien para advertirle del peligro.

En psicología de las organizaciones ya se tuvo conocimiento del efecto observador en el estudio de Hawthorne Works del que proviene el llamado Efecto Hawthorne según el cual los individuos que están siendo observados durante un experimento no se comportan en su forma habitual y por tanto su conducta no llega a ser del todo representativa.
El término fue acuñado en 1955 por Henry A. Landsberger cuando analizaba antiguos experimentos realizados entre los años 1924 y 1932 en Hawthorne Works (una fábrica de la Western Electric a las afueras de Chicago). En Hawthorne Works encargaron un estudio para comprobar la posibilidad de aumentar la productividad de sus trabajadores aumentando o disminuyendo las condiciones reiluminación ambiental. La productividad de los trabajadores pareció aumentar en el momento en el que se instauraron los cambios, y no sólo se produjo en los casos en los que los niveles de iluminación eran aumentados, sino también en aquellos casos en los que la iluminación se reducía. Al momento de terminar el estudio, los niveles volvieron a los niveles normales. La explicación sugerida fue que la mejora en la productividad no se debió a los cambios operados sobre los niveles de iluminación, sino al efecto motivador que supuso entre los obreros el saber que estaban siendo objeto de estudio.



Algo así ocurre cuando registramos nuestra propia conducta, por ejemplo cuando apuntamos los cigarrillos que fumamos al día, cuando registramos las veces que realizamos una conducta obsesiva o las veces que nos sentimos tristes.
De hecho el autorregistro es una de las técnicas utilizadas en las primeras visitas de diferentes terapias  para obtener la frecuencia e intensidad de las conductas no deseadas (por ejemplo fumar), sus antecedentes y consecuentes, pero también produce frecuentemente una disminución en la conducta a eliminar, es decir, por ejemplo en el caso de fumar, la persona vería como al registrar el número de cigarrillos que fuma cada día, acaba fumando menos.




Es por esta razón que probablemente si nos dedicamos a apuntar el número de veces que nos reímos al día o bien el número de veces que nos sentimos bien, acabemos siendo más felices de lo habitual, al menos mientras nos dediquemos a registrarlo.




Es sorprendente que por el mero hecho de ser consciente de una conducta ésta cambie, pero recordando un poco nos daremos cuenta de que es el mismo principio del que Timothy Gallwey nos hablaba en “El Juego Interior del Tenis”. Como ya hemos dicho Timothy pedía a sus alumnos que se limitaran a observar la bola sin juzgar nada y verían como poco a poco los golpes se iban corrigiendo de manera automática.
Otro de los fenómenos que distorsionaría la hipotética certificación de la felicidad es la profecía autocumplida, pero creo que se merece un post para ella sola.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Amor, medicina milagrosa


En este post voy a hablar del libro de Bernie Siegel llamado “Amor, medicina milagrosa”.
Este magnífico libro cayó en mis manos por casualidad mientras esperaba por una paciente y me enganchó desde sus primeras palabras; lo definiría como una apología encarnizada de la relación mente-cuerpo y del importante papel que nuestra mente juega en nuestra salud.
No obstante, lejos de engrosar la lista de libros de autoayuda que  se encuentran desde hace décadas en el mercado, el libro de Siegel en mi opinión destaca por su realismo e interés, pues aborda, desde la experiencia del autor como cirujano, la influencia de la personalidad en la supervivencia a las enfermedades graves, centrándose sobre todo en el cáncer.
Bernie Siegel propone una serie de ejercicios y pautas para llegar a ser lo que el llama un “paciente excepcional”. Las probabilidades de sobrevivir a la enfermedad de estos pacientes excepcionales se multiplican al cambiar radicalmente su forma de pensar, sentir y actuar.














Entre los datos curiosos que Siegel apunta está por ejemplo el que estudios de la Universidad de Oregon mostraron a finales del siglo XX que las amas de casa sufren cáncer un 54 por ciento más que el resto de la población y el 157 por 100 más que las mujeres con trabajo fuera de casa. Cuando se publicaron estos resultados muchos investigadores trataron de encontrar productos cancerígenos en las cocinas americanas (que de hecho encontraron), pero un análisis posterior reveló que las sirvientas tenían menos cánceres que las amas de casa a pesar de trabajar en dos cocinas. Se destinaron muchos fondos para averiguar la causa química del cáncer pero pocos para buscar una posible causa emocional, tal como el hecho de sentir que no se lleva la vida deseada.




También hace comentarios sobre método de acción imaginativa de Carl Simonton, sobre el que cuenta la historia de un niño llamado Glen, con un tumor cerebral. Basándose en este método le sugirieron a Glen que imaginase que unas aeronaves sobrevolaban su cabeza para acabar con el cáncer, al que Glen imaginaba como “algo grandote, estúpido y gris”.





Al cabo de unos meses Glen dijo a su padre que las aeronaves recorrían su cabeza sin éxito porque no encontraban el cáncer por ningún sitio, a lo que su padre respondió “estupendo”.

Cuando tocaba de nuevo hacerle un TAC a Glen, el médico dijo a sus padres que no se gastaran el dinero porque el tumor era incurable; sin embargo, un día Glen se cayó en la escuela y pensaron que era debido al tumor, le hicieron un TAC y descubrieron que el cáncer había desaparecido por completo.
A pesar de este espectacular resultado Bernie Siegel se lamenta de que esta técnica de visualización no siempre funciona. Él aboga por combinar psicoterapia individual con reuniones de grupo en los cuales los pacientes tienen la oportunidad de compartir sus miedos y alegrías.



Lo que el Dr. Siegel defiende en definitiva es que el cáncer, al hacer que la persona se encuentre con la muerte ante sus narices, es un efectivo billete de entrada a un proceso de autodescubrimiento y cambio espiritual que de otra manera quizás nunca se hubiese producido, tal como describe el poema francés:


“Venid hasta el borde.
No, que caeremos,
Venid hasta el borde.
No, que caeremos.
Se acercaron al borde.
Los empujó, y volaron.”