Hemos dicho que construimos la
realidad, pero ¿cómo lo hacemos?
Se piensa que de múltiples formas
y que casi todas ellas pasan inadvertidas a la conciencia.
Una de las maneras es a través
del lenguaje. Todos hemos experimentado más de una vez una voz interior que
“aparece” en determinados momentos. No me refiero a una voz interior de
sabiduría o espiritualidad precisamente, sino a una voz que a veces se presenta
por las mañanas cuando nos miramos al espejo o bien comenta nuestros resultados
tras determinadas actuaciones.
El contenido de esa voz varía
según las personas que la experimentan y según las situaciones; algunos oyen
frases parecidas a “siempre eres el mismo”, “nunca llegarás a nada” quizás
después de pensar algo, o bien frases del tipo “qué malo eres” o “qué
porquería…” mientras hacen algo que requiera cierta pericia como jugar al pádel
o pintar un cuadro.
Emile Coué pensaba allá por 1913 que
el contenido de esa voz era importante y que el modificarlo a voluntad
utilizando la frase: “día tras día, en todos los apectos, me va mejor y mejor”
podía provocar resultados en la actitud y por tanto en la conducta de las
personas que se decían esa frase diariamente.
Desgraciadamente, los detractores
de Coué acabaron con el coueismo mediante difamaciones y burlas.
Son varios los que han venido
después de Coué y que apoyándose en la llamada psicología positiva han tratado
de mejorar el ánimo de las personas con procedimientos de este tipo.
Sin embargo me gustaría referirme
a alguien que en 1974 defendía otra postura diferente y quizás más original;
hablo de Timothy Gallwey y su libro “El juego interior del tenis”.
En este
libro Gallwey proponía a partir de sus experiencias como pedagogo y profesor de
tenis dos tipos de Yo:
El que él llamaba Yo número 1,
que coincidía con un yo que producía las voces de autocrítica cuando el jugador
erraba el tiro, y el Yo número 2, que era el yo que realmente jugaba y
disfrutaba.
Según Gallwey el Yo número 1 está
siempre entrometiéndose y criticando el juego del Yo número 2, haciendo que
éste se distraiga y el jugador no dé todo lo que es capaz de dar.
¿Y cuál es el remedio que propone
para evitar la voz autocrítica?
Pues no es crear una voz
positiva, sino hacerla desaparecer; concentrarse en la trayectoria de la pelota
o imaginar dónde se espera que se dirija tras el golpe son las maneras
propuestas de evitar escuchar la voz inquisitiva.
T. Gallwey observó como llevando
a cabo estas estrategias se concentraba definitivamente en su juego y ganaba en
eficacia y en disfrute, y así enseñaba tenis a los principiantes, de forma que
estos lograban espectaculares resultados en muy poco tiempo.
Realmente este libro defendía el
contenido de una frase muy escuchada: “Vive el presente”.
El libro de “El juego interior
del tenis” es el libro de mayor éxito de T. Gallwey, pero tras éste escribió
también “El juego interior del golf” y “El juego interior de la música”.
Se ve que luego cayó en la cuenta
de que no sólo leen los que no dan un palo al agua y escribió también “el juego
interior del trabajo” y “el juego interior del estrés”.
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