sábado, 20 de septiembre de 2014

¿POR QUÉ NO COMEMOS CARNE DE CABALLO?


Hace unos meses mi hermano Kilian, que trabaja como jefe de sección de la carne en Alcampo, me dijo que comprara unos filetes de carne de potro que tenía en su lineal, que tenía buen sabor y era muy nutritiva.


Mi hermano Kilian




Un caballo despistado



Le contesté a mi hermano que no me apetecía, que me daba pena, que no quería promocionar que mataran a los pobres potros…a lo que él, con mucha lógica, me argumentó que si no me daban pena las terneras.
La verdad es que estuve pensando durante un tiempo que mi hermano tenía razón, pero aún así, había una parte mayoritaria de mi que no quería comer carne de caballo.
Pero, realmente…¿por qué no quería?



¿Era porque los caballos son más bonitos que las vacas? Y ¿qué pasa entonces con los corderitos y los lechoncitos? ¿y los cabritos?




La auténtica causa, en mi opinión, es nuestra organización del mundo, esa creación propia que llamamos realidad, junto con los guiones o esquemas que poseemos en nuestra mente y que nos sirven para saber cómo comportarnos ante situaciones conocidas sin tener que estar malgastando mucho esfuerzo mental en cada situación en la que nos encontramos.
Para explicarme pondré varios ejemplos en los que, de forma automática, nos dejamos guiar por esos repertorios.
Cuando vamos al teatro, por ejemplo, sabemos que habitualmente, tendremos que comprar la entrada, acceder al teatro, buscar nuestro asiento, sentarnos en la butaca y esperar a que empiece la función.
Cuando vamos a un restaurante, sabemos que debemos pedir mesa, sentarnos, mirar la carta, elegir la comida, esperar por ella, comer, y por último, pagar la cuenta. Si durante la comida vamos al servicio, sabemos que tenemos que ir al que nos toca en función de si somos hombre o mujer, y no se nos ocurriría ir al otro, a no ser que nos estuviéramos ante una urgencia. No se nos ocurre ir al servicio del otro sexo porque nuestro comportamiento suele ser automático, no consciente, y por tanto no estamos pensando en lo que hacemos, ni analizando nuestra conducta. Por el contrario, estas secuencias de actos automáticos nos permite utilizar nuestra energía mental en pensar en otras cosas, que pueden estar a años luz del momento y lugar en que se encuentra nuestro cuerpo.
Para poder actuar de esta forma, debemos tener la realidad circundante muy bien estructurada. Clasificamos los objetos que nos rodean continuamente, y de esta forma sabemos lo que son, o al menos nos hacemos idea. Por ejemplo, podemos desconocer para qué sirve un objeto de metal, pero al menos sabemos que es una cosa de metal, y que por tanto es dura, fría, indeformable, y no comestible.
Además de estas propiedades físicas, clasificamos los objetos en función del significado y valor que tienen para nosotros.
Es precisamente debido a esta clasificación, que “sabemos” que (en nuestra cultura) la ternera se come pero el caballo no. La vaca es un animal que da leche, el caballo se monta y el perro es un animal de compañía que ladra (y que tampoco debe comerse).
Estas clasificaciones son útiles no sólo para ahorrarnos el tener que pensar sobre lo que hacemos, sino también para nuestra supervivencia y bienestar (seguramente estaríamos bastante incómodos si nos hubiéramos comido por ejemplo el objeto de metal del que hablábamos antes).
En mi opinión, estas clasificaciones son el andamiaje del Sentido Común: ese sentido que nos dice continuamente cómo debemos comportarnos para asegurar nuestra supervivencia y bienestar así como el de nuestra sociedad.
Pero las clasificaciones que hacemos también tienen sus inconvenientes.
En ocasiones por ejemplo, introducimos en una categoría más atributos de los que debiera tener. Por ejemplo, si pensamos que alguien es muy bueno haciendo algo en concreto, muchas veces asumimos que debe ser bueno en otras cosas, o si pensamos que alguien es mediocre en un ámbito determinado, lo extendemos a otros aspectos de su vida.
Un experimento tradicional pero sencillo puede servir para ilustrar esto.
Si te describo a dos personas, Pedro y Luis, ¿cuál sale más favorecido?
Pedro: inteligente-diligente-impulsivo-crítico-testarudo-envidioso
Luis: envidioso-testarudo-crítico-impulsivo-diligente-inteligente


¿Ves cómo funciona habitualmente nuestra mente?

Pero quizás lo peor no sea esto, sino la relativa impermeabilidad entre categorías, es decir, lo que nos cuesta poner a un objeto en una clase diferente a la que lo teníamos.
Los ejemplos son innumerables. Podemos empezar por experimentar lo que nos cuesta comer carne de caballo…a pesar de estar convencidos de que es sólo porque lo he incluido en mi clasificación de animales nobles no comestibles!!!
Pero también podemos recordar lo que nos cuesta sacar a una persona del estereotipo en que la teníamos. Es como reirnos con Arnold Schwarzenegger haciendo comedia, o estar serios viendo a Jim Carrey en una película dramática…¿Nadie se acuerda cuando Matías Pratts pasó de presentar Estudio Estadio a dar las noticias del telediario?


Presentando el Telediario parecía que en cualquier momento iba a cantar un gol...




Personalmente, me resulta más gracioso Jim Carrey….











Usualmente la costumbre es la que nos obliga a hacer el esforzado cambio de clase, y esto es lo que ocurre con las modas. Si se pusiera de moda comer carne de potro, ya no lo veríamos tan raro y crearíamos una clase equina comestible.
Bueno, y si no me da la gana de comer caballo ¿qué pasa? ¿Tanta importancia tiene que sea difícil cambiar a un objeto de clase?
Pues créeme, tiene una gran importancia por algo cada vez más valorado en nuestra sociedad actual: La creatividad.
Si queremos ser creativos y originales tendremos que salirnos de lo habitual, de lo vulgar, de lo corriente…luego por un momento, si queremos ser creativos tendremos que saltarnos el sentido común=habitual=corriente=vulgar.
Es decir, tendremos que sacar a los objetos de sus clases habituales para poder ser creativos y originales, y lo que es más importante, para poder resolver eficientemente problemas aparentemente irresolubles…

Como el cinturón abrebotellas










o para ahorrar espacio la cuchara-tenedor



Si nos olvidamos de cómo hacer el nudo tenemos cerca las instrucciones



Y por último, la microducha


En terapia, cambiar  de clase se denomina reestructurar, de tal modo que, por ejemplo, estamos reestructurando cuando decimos que una determinada situación no es un problema, sino un reto.


¿Qué? ¿Te apetece un cachito?